¿Qué pasaría si, por alguna razón desconocida, Mallorca se quedara sin turismo?

Hace 5 años estábamos en plena pandemia. Hoteles cerrados, restaurantes operando con muchas restricciones, la movilidad limitada y la conectividad aérea prácticamente paralizada. Una Mallorca en pausa.

Hoy me pregunto: ¿Os imagináis qué pasaría si, por alguna razón desconocida, Mallorca se quedase sin turismo? Mi opinión es que las consecuencias serían profundas, inmediatas y afectarían a casi todos los aspectos de la vida en la isla.

Económicamente, el turismo representa uno de los pilares esenciales de nuestra economía. Su pérdida repentina tendría un efecto devastador sobre todo el ecosistema productivo vinculado directa o indirectamente al sector: hoteles, restaurantes, agencias de viajes, servicios de transporte y muchas otras actividades dependientes colapsarían en cadena. La consecuencia inmediata sería una oleada de quiebras empresariales y un aumento del desempleo sin precedentes, con miles de personas perdiendo su fuente de ingresos de forma casi simultánea. Esta situación generaría una fuerte presión económica y social, que probablemente desembocaría en un movimiento migratorio muy significativo. Muchos residentes, especialmente aquellos con más recursos o movilidad, buscarían oportunidades fuera de la isla, mientras que quienes no pudieran marcharse quedarían atrapados en un contexto de precariedad creciente.

Las infraestructuras también se verían seriamente afectadas. Sin los ingresos que genera el turismo, muchos servicios públicos quedarían al borde del colapso. El transporte público, el mantenimiento de calles, jardines y espacios urbanos comenzarían a deteriorarse rápidamente. Los hospitales y centros de salud verían mermada su capacidad, y las administraciones, privadas de gran parte de su recaudación por impuestos y tasas turísticas, tendrían que elegir entre endeudarse o recortar. Y no recortar de forma simbólica, sino aplicar recortes reales, profundos y urgentes. Llegaría, sin mas remedio, el momento de adelgazar unas estructuras públicas sobredimensionadas, sostenidas durante años por una economía que giraba alrededor del visitante.

En cuanto al consumo, la caída del turismo provocaría un retroceso drástico. Sin la demanda constante que generan los visitantes, la actividad comercial se reduciría al mínimo, y muchos residentes se verían obligados a regresar a una economía de subsistencia, similar a la que predominaba en Mallorca antes del auge turístico de los años 60. El consumo dejaría de estar ligado al bienestar y volvería a centrarse en lo esencial: producir para sobrevivir, intercambiar lo justo, depender de lo local. Una isla que hoy vive abierta al mundo volvería a mirar hacia adentro, no por elección, sino por necesidad.

Toni Mir CEO Cap Vermell Group 

En el plano social y cultural, el impacto también sería profundo. La brecha entre ricos y pobres se ampliaría de forma acelerada, devolviéndonos a una realidad parecida a la de principios del siglo XX: grandes propietarios, probablemente extranjeros, acumulando tierras y recursos, frente a una mayoría social empobrecida, atrapada bajo el umbral de la pobreza. Aquellos con conocimientos en agricultura, ganadería o pesca, el sector primario, históricamente olvidado, tendrían más posibilidades de sostener a sus familias, mientras que muchos otros quedarían en una situación de dependencia extrema. Las fiestas, eventos y tradiciones, que hoy tienen una proyección turística, volverían a celebrarse en clave puramente local, desligadas del calendario comercial.

 

Y no descarto, lo digo con prudencia, que instituciones como la Iglesia recuperasen influencia social, no tanto por fe, sino como refugio ante la falta de alternativas. Lo único que sin duda saldría fortalecido, en este escenario, sería el entorno natural: sin la presión constante de residentes y visitantes, la biodiversidad de la isla podría, por fin, respirar.

En conclusión, una desaparición repentina del turismo en Mallorca provocaría un impacto devastador y de largo alcance, no solo en la economía, sino también en el tejido social y cultural de la isla. La magnitud del cambio nos obligaría, sin margen de maniobra, a adaptarnos a un nuevo escenario y a replantear de forma urgente los modelos económicos y sociales sobre los que hemos construido nuestra forma de vida durante las últimas seis décadas.

No sería una transición. Sería una ruptura.

Agradecimiento imagen: Webandi en Pixabay