Ha sido una de las noticias más comentadas de la semana. 18 años, mallorquina y desde hace seis meses postulante a monja de clausura en el Convento de santa Clara. Las vocaciones están de capa caída y ha sido una sorpresa que todos nos hemos apresurado a juzgar. Me atrevo a llamar a Santa Clara para pedir una entrevista con ella y con la madre abadesa, convencida de que me dirán que no o que tendré que desplegar todas mis artes de convencimiento. Pues no. Una conversación telefónica, una petición de visitarlas con una cámara y para hacer una conexión en directo y una respuesta afirmativa. Eso sí: «tiene que ser antes de las seis menos veinte que tenemos coro».
Los prejuicios se nos acaban cuando llegamos allí, porque nos espera un séquito de monjas de clausura más contentas que unas pascuas. La verja se abre con mando a distancia y hablamos desde fuera de los barrotes. Y ella, Margarita, dentro. Nos regalan mil sonrisas y la postulante dice que no tiene ninguna duda, que éste es su camino. Se refiere a su vida anterior con naturalidad y nos cuenta que dejó a su novio porque se había enamorado de Dios. Desde entonces hemos oído de todo: la chica no está bien, qué desperdicio de vida, qué pena… Sin embargo, no tengo ni comparto esa sensación. Quién sabe. ¿Dónde está la felicidad? ¿En las salidas nocturnas, en pagar las facturas, en trabajar por un minisueldo? La vida contemplativa debe tener su enganche porque no me pareció ver a ninguna chica amargada. Y además, aunque te cases con Dios, también te puedes divorciar. Pero mucho me temo que Margarita ha firmado hipoteca con su amado de por vida. Lo que no sé es si cuando llevemos huevos a Santa Clara para que no llueva, tendremos que llevar algún huevo kinder porque ahora sus paredes tienen a una inquilina niña, llena de pura vida.
Lina Pons, periodista.