Tenemos un puente de Halloween, perdón, de Todos los Santos, pasado por agua. Ya saben, lo que en la tele llaman «mal tiempo». Quienes me escuchan saben que la lluvia me parece una bendición del cielo: agua pura que cae gratis del cielo; y me parece doble bendición en una isla como la nuestra, que tira más bien a secarral y cambio climático.
Supongo que el rechazo a la lluvia que escucho por doquier estos días se debe a que nos han educado como si la naturaleza tuviera que estar a nuestro servicio, y deseamos que llueva mientras dormimos y que haga mucho sol cuando estamos de vacaciones. Pero la naturaleza es muy suya, hace lo que tiene que hacer, darnos la vida, sin que le importen mucho nuestras pequeñas quejas de niños malcriados. Vale que en las recientes inundaciones de Sant Llorenç el agua no ha hecho mucha gracia, pero de cómo gestionamos el urbanismo y los torrentes ya hablaremos otro día.
¿Qué hacer, entonces, cuando llueve? Pues, pensándolo bien, mil cosas. Quedarse en casa, con la calefacción, tele o libro, compañía y comida de cuchara es una conjunción casi perfecta. Si además puede Ud. permitirse el lujo de echar una siesta tras la humeante comida mientras repiquetea la lluvia en los cristales es ya un placer de dioses. Si no nos gusta quedarnos en casa, la vida sigue: dentro de los bares y de los cines no llueve, como bien sabe la gente del Norte. Los museos también suelen estar secos y calentitos. Muchas ciudades, sobre todo sus cascos antiguos, están más bonitas –llenas de reflejos y ternura, de luz suave y elegante– bajo la lluvia. También es una sensación muy entrañable caminar bajo el paraguas sintiendo las gotas sobre nuestras cabezas, y resulta una buena ocasión para usar esa ropa de invierno tan bonita. Vamos, que disfrutemos la vida con normalidad, y si es Ud. muy estupendo no se corte y chapotee en los charcos, que seguro, seguro, que no es la primera vez que lo hace.
Francisco González, sociólogo
Escucha PODCAST del artículo de opinión de ‘Pensándolo bien’
