Según una reciente encuesta de Pew Research en 25 países, España es el país del mundo que menos gusta del presidente estadounidense Donald Trump: sólo un 7% aprueba los modos y gestión del mandatario. El dato me parece interesante y positivo. Pensándolo bien, parece bastante lógico y sano desconfiar de quien tiene un maletín nuclear con un botón rojo y al mismo tiempo una mentalidad de un crío de ocho años y una arrogancia que hace parecer a Cristiano Ronaldo un humilde monaguillo. Pero a partir de aquí todo son dudas. Tan baja aprobación no se corresponde con el voto manifiesto de gran parte de nuestra población, y la grosera verborrea del prócer americano tampoco es muy distinta, por ejemplo, de la que se oye en tertulias y bares sobre el tema catalán.
Puede que sea porque aquí, mal que bien, solemos ser tolerantes con la inmigración y las tendencias sexuales y aborrecemos la violencia de género. Pero algo sigue sin cuadrar. Dice también la encuesta que los españoles rechazan al presidente pero que un 50% tiene buena opinión de los Estados Unidos, sobre todo los jóvenes, que se ve que por su edad no tienen recuerdos de Vietnam, Afganistán o Iraq. Vamos, que el rock’n’roll, la cocacola y la colonización cultural bien, pero Trump muy mal. Así que ahí va mi análisis del tema, tan gamberro como poco científico: el nuestro es un rechazo estético. Como latinos, tenemos mucho de italianos, unos reconocidos estetas, y lo que no soportamos es el corte de pelo del personaje. Las bravuconadas y los abusos pueden ser soportables, pero ese peinado, ese tinte, por dios, no. El horror se consuma con esa espantosa corbata roja que le llega justo hasta ya saben dónde, como señalando lo que le importa de verdad a su dueño. Vale, es un análisis muy cogido por los pelos, y perdonen el chiste fácil, pero es un peinado que debería ser juzgado en el Tribunal de Derechos Humanos de La Haya. Puede que seamos tan bordes como él, pero a buen gusto, ya ven, no nos gana nadie en el mundo.
Francisco González, sociólogo
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