Uno sabe que se ha hecho mayor cuando empieza a sentir nostalgia. Y ojo, que eso puede pasar a los veinticinco años. Si a Ud. ya le ha ocurrido que se ha quedado un sábado noche en casa con una botella de algo y se ha liado a escuchar canciones antiguas para acabar medio llorando… pues bienvenido al club. Puede que sea uno fan de los ye-yes de los 60, de los jipis de los 70, de la Nueva Ola de los 80 o del grunge de los noventa, pero sea de la cosecha que sea la propia siempre parece la mejor. Pronto habrá nostálgicos del thecno y del reggetón, que me temo que van a tener difícil defender la bondad de su música llegado el momento.
No pretendo quitar méritos: tal vez si hay tanto homenaje a laMovida madrileña es porque nadie fue capaz de repetir algo parecido, y aunque su música, oída ahora, no es tan buena como nos parecía, resultó novedosa y divertida. Y los jipis, a su manera, cambiaron el mundo. Pero no es eso…
Pensándolo bien, no extrañamos aquellos tiempos (que sufrían del mismo desempleo –y todavía más cutrez– que ahora) por sí mismos, sino que añoramos aquella juventud, aquella fuerza, y aquella locura maravillosa de tener cuerpo de adulto y energías de niño; aquellos días en que sus noches se nos quedaban cortas y todo era aventura. Cuando decimos esa frase tan de viejuno «porque en mis tiempos…» nos referimos siempre a esa edad dorada que va de los 18 a los 28, como si el resto de nuestra existencia no fuera también nuestros tiempos. De ahí que el poeta cantara, con un poco de recochineo, aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», a sabiendas del truco psicológico. Claro, que viendo las noticias, igual tenía razón.
Francisco González, sociólogo
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