Hace un calor que no se puede aguantar. No hay frase más tópica, pero tampoco más cierta, en estos días que cada año nos llevan de julio a agosto. El cuerpo se pone raro, como dicen en Canarias, aplatanado. Cuesta mucho trabajar como no sea de oficina y con aire bien fresquito.
Nuestros vecinos los europeos del Norte dicen que somos vagos, pero cómo se nota que ellos no viven en el Sur de Europa y sólo vienen a la playa. Desde mediodía hasta el anochecer es difícil cualquier actividad física sin desmayarse, mientras por allá arriba hace siempre tanto frío que lo difícil es salir de casa. Con tanto encerrarse entre cuatro paredes algo tienen que hacer, de puro aburrimiento, y así se cultivan la fama de industriosos. Trabajar una temporada por aquí, por ejemplo en un hotel de los que visitan como turistas, les ayudaría a comprender nuestros horarios, porqué lo paramos todo de dos a cinco pero después trabajamos hasta tarde y cenamos más tarde aún. Esta cuestión de los horarios es más reciente de lo que probablemente imaginan. Viene de la Primera Guerra Mundial, en los años diez, cuando la España neutral se convirtió en proveedora de la Europa en guerra, y por tanto había tanto trabajo que mucha gente tenía doble empleo, uno por la mañana y otro por la tarde, aunque, como es tradición en este país, ambos mal pagados. El origen de comer y cenar dos horas más tarde que el resto de la humanidad viene de entonces, pero estoy seguro de que el clima mediterráneo contribuyó a que no quisiéramos volver al horario anterior.
Hace siglos los filósofos pensaban que el clima influía en las personalidades y pueblos; después, los sociólogos modernos dijeron que no, que todo lo social viene de lo social, y no del medio ambiente. Hoy, nuevos sociólogos se lo han pensado bien y vuelven a reivindicar la influencia en nuestra idiosincrasia de, por ejemplo, el clima. Basta con intentar cenar en una terraza a las seis de la tarde en lugar de a las diez para entender muchas cosas.
De hecho, el mes que viene yo desaparezco de vacaciones, que trabajar en agosto –y lo siento de corazón por la gente de la hostelería mallorquina– no es plan, la verdad. Y pueden llamarme durante ese tiempo vago, holgazán y poco industrioso, que les aseguro que acertarán y que estaré haciendo, de lleno y a conciencia, el vago.
Francisco González, sociólogo
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