Corrupción, política, pelotazos, ministros, especulación, negocios inmobiliarios, enchufismo, nombramientos escandalosos, puertas giratorias, evitación de la justicia… ¿Les suena? Sin duda les suena tanto estos días que ya les cansa. Pero no se crean, no hemos inventado nada. Descorazona pensar que parecemos llevar ciertos rasgos fatídicos en nuestro ADN político. Escuchen esta historia:
Allá por el año 1600, gobernaba España Felipe III, uno de los reyes más tarados de nuestra historia, que ya es decir. Como era muy cortito, se buscó a alguien que gobernara por él, un valido. De tan corto que era, eligió a uno que se pasaba de listo. El Duque de Lerma, que así se llamaba aquel corrupto del Renacimiento, convenció al rey de trasladar la corte de Madrid a Valladolid, no sin antes haber comprado discretamente la mitad de la ciudad. Se forró alquilando y vendiendo a los funcionarios trasladados, a lo Jesús Gil, y ríete de la Púnica, la Gurtel y los ERE. Pero no acabó ahí la jugada, porque cuatro años después volvió a trasladar la corte a Madrid, donde los precios se habían desplomado con la pérdida de la capitalidad y donde, como ya imaginarán, sí, el duque había comprado infinidad de solares y casas, que revendió a precio de oro, incluso al propio rey. El alcalde de Madrid también estaba en el ajo. El Duque de Lerma volvió a forrarse, y así continuó de trapiche en trapiche hasta que murió su protector Felipe III, el rey tonto, y –fíjense que moderno– el duque fue imputado y se le abrió juicio. El remate de lo contemporáneo fue cuando consiguió que el papa lo nombrase cardenal en el último minuto, que es como si ahora te hacen senador o eurodiputado para escaquearte, y a vivir.
Pensándolo bien, diríase que la picaresca, en este país, ha sido cosa de pobres, y la corrupción asunto de ricos. Hasta para sisar hay clases. De todas formas, no se preocupen: si bien el pasado nos hace desconfiar de nosotros mismos, el ADN cultural, a diferencia del genético, es modificable. El futuro no está escrito y de nosotros depende hacerlo mejor que el presente o, al menos, que sea más honrado. No parece tan difícil, así que vamos a por ello.
Francisco González, sociólogo
Escucha PODCAST del artículo Pensándolo bien