Ya está aquí Sant Joan, San Juan, una noche que de soltera se llamaba solsticio de verano. Sant Joan es el día más largo, la noche más corta. Las estaciones del año bailan alrededor de los mitos de lo interior y lo exterior, del ying y el yang, de los contrarios que se complementan y se necesitan. Si la invernal navidad es la noche oscura, la cueva, la casa, la conversación, la comida y la familia,
el veraniego Sant Joan es la luz, la calle y el campo, la música, la bebida y los amigos. Así que este finde toca juerga pública, ver y ser vistos, ligar y seducir, hacer amistades, bailar y reír.
El solsticio se celebra, literalmente, desde siempre. Es un ritual de hogueras y ruido que pretende vencer a la oscuridad iluminando la noche más breve, rindiendo así culto al sol en plena noche; pero resulta al mismo tiempo una empresa humana: la de jugar, por una vez, con la naturaleza para conseguir un día sin noche y una noche sin sueño, vencer a las tinieblas y celebrar la vida.
Es ya un tópico hablar de San Juan como una noche mágica, una efeméride de ritos, tradiciones y supersticiones. De entre mis favoritas, les recomiendo poner hierba de San Juan, también llamada hipérico –o en su defecto hierbabuena– en un recipiente con agua a la intemperie toda la noche. Cuando se despierte, lávese la cara con esa agua: dicen que en el momento de romper el espejo de la superficie sucede la magia.
Venga, todo el mundo a la calle. Diviértanse, no conduzcan si beben y tengan cuidado si se bañan en el mar o tiran petardos. Ríanse de las malas fuerzas la vida y sonrían a las buenas, a las unas por burla y a las otras por agradecimiento. Hagan hechizos, pidan deseos y ahuyenten los malos espíritus, las desgracias, las mezquindades y las envidias. Resumiendo: transgredan un poco y ejerzan mucho de paganos. Pásenlo bien.
Francisco González, sociólogo
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