Montar el cristo
Vaya cristo se ha montado, y nunca mejor dicho, con lo del chico que le puso su cara a la foto de un cristo de una cofradía y la subió a las redes. Al chaval vacilón le ha caído una buena multa, sumamente injusta a mi entender. En el arte religioso siempre fue normal poner a las divinidades las caras de amigos, familiares y –con mucha frecuencia– del amante del artista o incluso del obispo que pagaba la obra, porque a saber cómo era en realidad la cara de cristo o de la virgen.
De un tiempo a esta parte todo el mundo se ofende. No hay colectivo que no se sienta atacado cuando alguien bromea, y todos pretenden que el Estado castigue a quién no piense como ellos y además se atreva a manifestarlo. A mí, por ejemplo, no me gustan los toros, pero la tele pública nos pone corridas (de toros) a las seis de la tarde y los gobiernos financian escuelas de toreo, que vaya por dios y por cristo. Cierta ola de puritanismo nos envuelve. Ha resucitado, también como cristo, el olvidado sentimiento del escándalo, como saben los raperos y titiriteros. Estos mismos días el pintor Egon Schiele, un señor que se murió hace cien años, ha sido censurado en Reino Unido y Alemania, quienes se niegan a acoger la celebración del centenario de su muerte porque pintaba desnudos. Vamos, que causó menos escándalo en el siglo XIX que hoy, a eso estamos llegando.
Pensándolo bien, nos damos cuenta de que se puede hacer broma de todos los dioses y dogmas antiguos, pero no de los que están de moda últimamente. El nivel de escándalo es, en realidad, directamente proporcional al poder de los grupos escandalizados.
Esta condena choca porque se dicta en pleno Carnaval, que es precisamente la época en la que Iglesia no tenía más remedio que tolerar la fiesta de la carne, que eso es el carnaval, en la que la gente se viste hecha un cristo y en la que se hacían y hacen burlas y chanzas de los políticos, de la religión y los curas, de los caciques y de los ricos, para inofensivo desahogo del pueblo. Un poco de humor y tolerancia, por favor, porque, como dijo alguien, «Si no quieres que se rían de tus creencias, no tengas creencias tan graciosas». Feliz carnaval.
Francisco González, sociólogo