Marc Zuckenberg, el creador y dueño de Facebook, ha tenido que declarar esta semana ante el Senado de Estados Unidos, algo así como un juicio para ricos, por el robo y posterior venta de nuestra información.
A ver, que ya lo sabíamos. Si no hay más que verle la cara. Ya nos mosqueamos cuando, no contento con Facebook, compró Whatsapp, fisgando así hasta la ropa interior de nuestras vidas. Las redes sociales y aplicaciones no se conforman con lo que les contamos voluntariamente: investigan por su cuenta nuestras llamadas, nuestras amistades, nuestros horarios y desplazamientos, nuestros gustos y fobias, nuestros deseos y compras. Leen nuestros mensajes y, estoy seguro, escuchan nuestras conversaciones. Guardan copia de nuestras fotos y etc. etc. Para qué, sino, cuando te bajas la aplicación de linterna para el móvil te pide acceso al micro, a los contactos y a los mensajes. Avisados estábamos, porque, pensándolo bien, ¿de qué nos creíamos que vive el tío que hace aplicaciones de linterna? ¿De regalarlas porque se aburre? En la famosa novela de Orwell 1984, el Estado te espiaba sin descanso; poco sospechaba el autor que esa vigilancia en el futuro sería subcontradada –como se dice y hace ahora– a una empresa privada. De hecho, más allá del paripé del Senado yanqui, nadie hace nada: antes, la violación del correo era un grave delito, ahora es un boyante negocio.
Habrá que hacer algo, sí, pero las formas de vida se constituyen hoy de tal forma que las redes sociales empiezan a ser necesarias para la vida diaria, desde las comunicaciones hasta el currículum, pasando por los ligues. Algunas teorías de la conspiración dicen que el auténtico objetivo de ésta y otras redes sociales sería, más allá de conocer nuestros gustos para vendernos chorradas, capturar información de todos y cada uno de los humanos del planeta, para poder chantajearnos en caso de que fuera, por ejemplo, políticamente necesario, especialmente con cuestiones de índole sexual. Suena exagerado, pero no imposible. Ya me extrañaba a mí que tanto trabajo ajeno fuera gratis.
En fin, si quieren darme su opinión, no me busquen en la guía telefónica, mejor por el Facebook.
Francisco González, sociólogo
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