Las compañías aéreas han celebrado el Black Friday al revés: subiendo los precios a los residentes. La verdad: estaba cantado. En estos tiempos en los que sólo manda el lucro y los grandes hacen lo que les da la gana, había que ser muy inocente para no suponer que, como siempre, las pocas ayudas se vuelven en detrimento del ciudadano y consumidor. Ahora cuesta más volar desde Baleares que antes del 75% de descuento. ¿De verdad alguien pensaba que esto no iba a suceder? Y eso que las compañías sabían, porque se anunció, que iban a estar vigiladas. Todos lo sospechábamos, como sospechamos que los bancos no van a pagar el impuesto de las hipotecas, que las eléctricas cuantas más subvenciones reciben más suben la luz, o que las gasolineras pactan precios (y conste que pactar precios es delito), y un largo y desagradable etc.
Al final, pagamos doble: el billete igual o más que antes, y buena parte de nuestros impuestos que se van a las compañías aéreas. Pensándolo bien, resulta que vivir en las islas, entre la carestía de la vida, el transporte y tener que beber agua mineral, está muy penalizado, y más si tenemos en cuenta que los baleares y canarios estamos pagando también, por ejemplo, los trenes AVE de la península.
Debería haber soluciones a tanto abuso, como que se subvencione una cantidad fija y se establezca un precio máximo del billete en convenio para concederla; o una tarifa plana durante un determinado número de años y obligación de vuelos mínimos. O mi favorita: que les metan un multazo con siete ceros a cada compañía –y si reinciden, del doble– y verían que rápido ponen los piratas de altos vuelos los pies en tierra. No, si al final igual no era mala idea hacer un puente, como decía la canción, desde Valencia hasta Mallorca.
Francisco González, sociólogo
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