En Córdoba una mujer fue despedida por comerse una empanadilla en el trabajo. Sus jefes se enteraron porque la espiaban con una cámara. No es que el jefe fuera vegano y la empanadilla de atún o de lomo, o que fueran personas muy finas y la chica masticara en el vídeo con la boca abierta; más bien parece que la querían echar y se agarraron a la empanadilla. Consideraron «fraudulenta» y «desleal» la ingesta del tentempié, como si la curranta se hubiera ido a Hawái con la tarjeta de la empresa o la empanadilla fuese de caviar beluga.
La magistrada ha rechazado el vídeo aportado como prueba por la empresa porque vulnera la intimidad de la empleada. Según la juez, que considera el despido improcedente, la reproducción del vídeo «no soporta un juicio de constitucionalidad», porque la espiaban veinticuatro horas sin que ella lo supiera, y en este sentido el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó a España el pasado enero por dar validez legal a una grabación obtenida «sin contar con el consentimiento de los trabajadores».
En fin, ya ni me atrevo a hablar de dónde van a quedar los tradicionales veinte minutos del bocata, ni de la escapada de cinco minutos para el pitillito. Me conformo con que no me pongan cámaras. En China hay ciento setenta millones de cámaras funcionando, y están instalando cuatrocientos millones más, así que los chinos sí que lo van a tener complicado para comerse un rollito de primavera sin que los vea el jefe. Si ese es el futuro, qué miedo. Lo malo es que este tecno-control parece imparable, y de hecho, pensándolo bien, nunca habíamos hablado tanto de ese nuevo dios omnipresente. Se detendrá durante un tiempo, sentencia a sentencia, pero a la larga sospechamos lo peor. La tecnología, que tanto nos emboba, muestra su poder terrible, atemorizante, al mismo tiempo que el derecho laboral está desapareciendo. Cruel paradoja: que la misma tecnología que vigila a los empleados destruye también el empleo de éstos.
Si Encarna, la de Móstoles, viera lo que pasa hoy con la empanadilla, se volvería sin dudarlo a 1985.
Francisco González, sociólogo
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