De unas décadas a esta parte nos sentimos muy finos. No, no me refiero sólo a la llamada corrección política, esa que no se sabe muy bien si es sensibilidad o susceptibilidad, y que consiste en que no hay colectivo que no se mosquee cuando lo citan. Me refiero más bien a que, al menos en apariencia, somos más educados y modernos desde que somos europeos. Ya casi nadie orina en la calle ni tira papeles, recogemos las cacas del perro, en las oficinas no hay escupideras, en la tienda te dan el pan con pinzas y en bolsita y la fruta la cogemos con guantes, hacemos deporte y no fumamos en los bares.
¿Cambia la persona o cambia sólo la conducta? Ocasiones hay de saberlo. Por ejemplo, mucho se habla últimamente de la llegada de los coches compartidos, y no puedo dejar de imaginar su funcionamiento cotidiano. Puede que aparentemente ahora seamos más finos, pero la cosa cambia cuando nadie nos mira. Pensándolo bien, cuesta creer que su uso será civilizado. Uno fumará en el coche, el otro pegará un moco o vomitará porque va trompa, el otro derrapará y jugará porque no es suyo y te lo pasará hecho una carraca, el de más allá te dejará la basura en el salpicadero, la grasa de la hamburguesa en el asiento donde te sientas y el volante pegajoso. La pareja que lo usa para sus cositas te dejará el preservativo usado, y así vayan imaginando el catálogo completo de los horrores de lo compartido sin vigilancia. «Compórtate como siempre te estuvieran mirando», recomendaban los sabios antiguos. El día que de tal forma nos comportemos todos, me creeré que somos por fin civilizados y modernos; hasta entonces, mejor iré andando.
Francisco González, sociólogo
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