Se nos ha muerto Stephen Hawking, el científico de la silla de ruedas, y se ha ido 53 años más tarde de lo que le diagnosticaron los médicos. Maravillas de la propia ciencia. Hawking era astrofísico, una de las cosas más fascinantes que se pueden ser. ¿Que por qué? Pues porque el universo y las leyes que lo gobiernan son, literalmente, lo más increíble que podamos concebir.
Durante casi toda la existencia de los humanos, creíamos que la Tierra era plana y cubierta por una cúpula. Después supimos que era redonda y flotaba en el espacio. El primer palo llegó cuando descubrimos que no éramos el centro inmóvil del universo, sino parte de un sistema solar. Más impactados quedamos cuando nos dijeron que éramos parte de una esquinita de una inmensa galaxia, y nos sentimos pequeñísimos el día que nos explicaron que hay miles de millones de galaxias. Hasta ahí, todo casi asumible. Lo gordo fue saber que el tiempo y el espacio no son fijos, sino que se contraen y expanden, algo que a duras penas comprendemos. Pero la repanocha final llega con las últimas hipótesis cosmológicas. Como resulta que la mirada del observador cambia lo observado, dicen los científicos, podría haber tantos universos paralelos como observadores, esto es, un número casi infinito. Y, al haber un número infinito de universos paralelos, en alguno de ellos, por pura estadística, existiríamos nosotros mismos, igualitos o en versiones muy parecidas, viviendo otras vidas. Sí, estalla la cabeza con sólo pensarlo, pero no se hagan ilusiones: por lo visto, los universos son herméticos e impermeables, y nunca podremos conocer a nuestros otros yos.
Pensándolo bien, dudo mucho de que nuestra mente esté preparada para aceptar esta nueva vuelta de tuerca sobre nuestra propia existencia. Vamos, que el cielo es mucho más raro que lo que contaban los curas, que ya es decir. Y si alguien tiene derecho a estar hoy en ese cielo es Hawking, porque el cielo era suyo. Es más, en otro universo paralelo, Hawking sigue vivo y, para desgracia de los seres que lo habitan, el bueno de Stephen se dedica allí a correr maratones.
Francisco González Paredes, sociólogo
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