El pasado puente, y durante cuatro días, acogí en mi casa a una pareja amiga de la península. Ya saben, esas amistades o familiares que todos tenemos y que tal vez no vendrían si viviéramos en Calasparra de Abajo. Estas visitas, además de evocarnos antiguos recuerdos, resultan un excelente instrumento de análisis de nosotros mismos y de cómo nos ven. Por ejemplo, llegaron preocupados y precavidos por lo que vieron en los medios sobre las inundaciones de Sant Llorenç. Hubo que explicar que, en general, aquí las cosas no están preparadas para el agua. Más tranquilos, les hice el tour turístico habitual. Les gustó mucho, cómo no, Valldemossa, Sóller y Deià. Palma les pareció más grande de lo esperado y con un bonito casco antiguo. Se maravillaron con los patios y portales de las casas y por las muchas motos y bicis.
Querían ver lo que sale en la tele. Me preguntaron por el balconning, por Magaluf y los hooligans, por el Arenal y las cervecerías alemanas, por Puerto Portals y los yates de los ricos y, pásmense, tenían una enorme curiosidad por ver la rampa del juzgado por donde desfilan los corruptos.
No les gustó el pa amb oli, regular el lomo con col, bastante la sobrasada y mucho las ensaimadas de pueblo. Los caracoles les daban asquito pero los probaron. Les sorprendieron desagradablemente los precios de las zonas turísticas, ya que entre otros atracos pagamos 2,80 € por una cañita de 25 cl. en Peguera y 4€ por lo mismo en Portals. Esto es Mallorca.
¿Son pesadas estas visitas? Para mí no. No sólo valoro el reencuentro sino que, pensándolo bien, cualquier visita es también, y quizás sobre todo, un reencuentro con nuestra isla. ¿En qué otras ocasiones recorremos la serra y sus pueblos, visitamos Magaluf, nos damos una caminata por toda Palma, comemos en un celler de Inca o visitamos las cuevas del Drac? En ocasiones pasan años, y cuando volvemos nos parecen otros sitios porque nosotros somos otros también. Y es que a veces necesitamos a los de fuera para redescubrir nuestro paisaje y nuestro paisanaje. Volved pronto, queridos forasters.
Francisco González, sociólogo
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