Se ha suicidado el modelo y autodenominado artista Rick Genest. Por si no saben quién es, les comento que era más conocido como Zombie Boy, el Chico Zombi, y que llevaba la cara tatuada como una calavera, amén, claro está, del resto del cuerpo, plagado de huesos e insectos. El tatuaje de la parte superior de la cabeza imitaba un cerebro a la vista. Zombie Boy se hizo famoso al aparecer en anuncios, vídeos musicales de artistas famosos y alternar en fiestas de la farándula. Desde hace tres días empieza a ser un esqueleto de verdad.
No quisiera parecer moralista ni carca, porque cada uno hace de su piel el lienzo que le place y sobre gustos disgustos, pero permítanme señalar que me cuesta no encontrar una relación entre verse ese rostro cada mañana en el espejo y acabar, si no deprimido, sí no muy contento. Es esta sociedad del espectáculo el deseo de fama a veces se paga muy caro, y los atajos hacia el reconocimiento rápido pueden ser peligrosos.
Pensándolo bien, con los tatuajes, como con el alcohol, el juego o los automóviles, se pueden dar usos abusivos que generen arrepentimientos tardíos y de mal arreglo. Porque, permítanme también el chiste fácil, con tanto dibujo impactante el joven Rick, Zombie Boy, tenía los nervios a flor de piel. Hizo una apuesta demasiado drástica y arriesgada que acabó perdiendo, como perdió la carrera de la salud por exceso de velocidad tras emborracharse de tinta. Y ahora que cada uno opine lo que quiera.
Nos oímos el mes que viene, confío que todos vivitos y coleando y con la piel más bronceada que zombi. Buen verano.
Francisco González, sociólogo
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