Pensándolo bien/ El tiburón de verano

Francisco González

Han visto un tiburón cerca de Cabrera, y le ha sacado unas fotos. Es el tipo de noticia que siempre tiene éxito. Un tiburón es polivalente y en verano se aprovecha todo de él, como es sabido, hasta las aletas. Y no me refiero a la famosa sopa, sino a la sequía de noticias que, como la del agua, siempre acompaña al verano, así que cada año hay tiburón como hay serpientes de dos cabezas y platillos volantes.
A unos les molesta que se diga que el bicho nada por ahí, no vaya a ser que espante al turismo. A otros les parece que le da a Baleares un toque como de turismo de aventura. Otros, los más inteligentes y con inclinaciones ecologistas, se alegran de comprobar que sigue viva una inofensiva especie que en realidad fue muy frecuente en estas aguas y que el ser humano ha prácticamente exterminado. Pero confesemos que la imagen que tenemos todos es la de las novelas de piratas y sobre todo de la película de Spielberg, porque en el fondo nos gusta que nos de miedito, como en el cine, eso de los escualos asesinos.
Pensándolo bien, al único al que no le han preguntado es al pobre tiburón. Si pudiera hablar, seguro que nos diría que él es un buenazo, que no le gusta la carne humana porque solo como pescado, que si algún día algún primo suyo mordió a algún señor fue por confusión o miedo y que a quien más miedo tiene es a nosotros. No entiende a este mono de tierra firme que le teme y odia a la vez, que lo admira pero lo mata, que llena sus antaño tranquilas aguas de ruidosos yates, cargueros, lanchas y hasta submarinos. Sobre todo, no comprende por qué el mono loco le echa tanta basura, tanto plástico y tanta guarrada química que hasta el agua le sabe rara. No entiende el pobre bicho por qué matamos cada año a tantos de los suyos, aunque la mala fama la lleva él y, lo que es peor, a veces sólo por las famosas aletas de la sopa.
Cuando yo era niño me decían en el cole que los tiburones eran tan abundantes que nunca se acabarían. Hoy están, como todo, en peligro de extinción, así que –mejor que temerlo– haríamos bien en ponerle nombre, adoptarlo como mascota de la isla y cuidarlo mucho; primero, porque mientras esté por aquí podemos rellenar las noticias cada verano, y segundo, porque los tiburones son buena gente. Nosotros, si tal, ya eso…

Francisco González, sociólogo

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