Estos días, con tantos creyentes por las calles, no puede uno dejar de pensar en el curioso hecho de creer. No les hablaré de la Semana Santa, sino de cómo queremos creernos unas y otras cosas. Un ejemplo perfecto es el cine: ¿Se han fijado, por ejemplo, en que en las películas durante los tiroteos tiran la pistola cuando se le acaban las balas?, que digo yo que una pistola valdrá una pasta. No cierran el coche cuando se bajan, ni con llave ni con mando a distancia, pero cuando les persigue el asesino nunca son capaces de meter la llave en el contacto. Si la meten, el coche, ¡oh casualidad!, no arranca, y justo en ese momento se quedan también sin cobertura en el móvil, móvil que a veces tiran también porque no tiene cobertura. En el cine, los coches al chocar estallan, como si en lugar de funcionar con gasolina lo hicieran con dinamita, y las naves espaciales también explotan aunque en el espacio no hay oxígeno. Todas las casas están limpias y con las puertas abiertas, y nadie lleva un lamparón en la chaqueta, ni estornuda. Cuando bailan la música es muy rara y no siguen el ritmo; tras la ducha se secan dándose golpecitos con la toalla, y cuando conducen no paran de mover el volante.
Después de cada acto violento en una peli, es decir, seguido, preguntan muchas veces “¿Estás bien?», pero no se despiden cuando terminan de hablar por teléfono, cuelgan y ya está. Si reciben un disparo siempre les da en el hombro, nunca en el culo, por ejemplo. Además, en las pelis hablan muy ordenadamente, de uno en uno, y no pisoteándose la charla como hacemos todos. Cuando están heridos o muriendo, salen perfectamente peinados y maquillados, si acaso con un hilillo de sangre en la comisura de los labios. Y así podríamos seguir: los protagonistas nunca llevan gafas. De un golpe en la cabeza se quedan todos inconscientes, y de una cuchillada en la barriga mueren en el acto. Los malos, en lugar de estar muertos de estrés mientras cometen sus fechorías, se ríen pérfidamente y las disfrutan, y suelen tener pinta medio latina, llevar coleta y abrigo largo o ir en moto. Escojan Uds. sus propios ejemplos.
Estamos dispuestos a creer, queremos hacerlo, encontrar lógica donde no la hay, hacer la vista gorda ante lo inverosímil. Nuestra mente obvia las incongruencias que quiere evitar para que nuestras convicciones no se resientan, para que el relato resista. Supongo que en el cine eso es aceptable, pero no seguiré hablando de creer en películas, porque sino sí que estaré hablándoles de la Semana Santa. Tengan buenas fiestas de primavera.
Francisco González, sociólogo
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