El jueves de esta semana, día 14 de febrero fue el Día de San Valentín o día de los enamorados, así que ¿qué mejor tema a tratar hoy en ‘Entre Moléculas’ que la química y las moléculas que se esconden detrás de este poderoso sentimiento y también de otros habituales en nosotros?
Nuestras emociones y sentimientos son la respuesta a un controlado equilibrio entre las cantidades presentes en nuestro cerebro de un cóctel de moléculas conocidas como neurotransmisores y hormonas.
¿Cuáles son estas moléculas responsables de provocarnos amor, miedo, ira o tristeza?
Pues de entre todas las moléculas que participan en nuestras emociones y sentimientos, he seleccionado para el programa de hoy las más importantes y relevantes:
Dopamina Serotonina Adrenalina Noradrenalina Oxitocina
Así, la presencia o ausencia de estas moléculas, la presencia de varias a la vez, o la presencia de unas y la ausencia de otras son lo que desencadena en nosotros las típicas emociones que podemos identificar: amor, tristeza, miedo, angustia…
Pero esta semana, coincidiendo con el Día de los Enamorados, vamos a hablar un poco más de la química del amor y daremos algunas pinceladas a otras emociones y sentimientos.
Cuando las personas nos sentimos atraídas por otra, cuando encontramos a la persona cuyos rasgos genéticos, cuyo olor, o cuya voz nos hace sentir esa atracción, iniciamos la fase de cortejo.
Nuestro pulso se acelera, transpiramos más, sentimos mariposas en el estómago, nos sentimos más valientes, a veces corremos riesgos innecesarios con tal de impresionar a la pareja…y todo es responsabilidad de la adrenalina. Esta molécula, que se libera en las glándulas suprarrenales, justo por encima de los riñones, está presente en las situaciones de tensión, alerta e incluso peligro, es decir, ¡se libera en grandes cantidades al enfrentarnos a una posible pareja nueva! Así, la sensación de mariposas en el estómago no es más que una irregularidad de nuestro tracto digestivo al no llegarle suficiente sangre debido a que se está usando en otros procesos provocados por la adrenalina.
Cuando por fin conseguimos que acepte nuestra compañía y comenzamos a pasar tiempo con ella, tenemos esa sensación de satisfacción, de objetivo cumplido, nos sentimos bien cuando estamos a su lado, y queremos más, queremos estar todo el tiempo a su lado, su compañía nos crea adicción y su ausencia angustia y ansiedad. La dopamina, generada en el hipocampo cerebral, es la molécula asociada al placer y a la sensación de recompensa, queriendo repetir lo que nos causa esa sensación. Los niveles elevados de dopamina generan adicción, y siempre tendemos a buscar aquello que sabemos que nos la genera.
Y si la dopamina está por los aires, generalmente en esta etapa incierta de enamoramiento la serotonina baja, creándonos esas sensaciones de falta de sueño, disminución del apetito y del estado de ánimo en general.
Pero, si algo recordamos con el paso de los años, es sin duda los primeros contactos…el primer roce con la mano, el primer abrazo, la primera caricia, el primero beso…esa sensación de total goce y disfrute, que hace que veamos a esa persona cada vez más cercana a medida que ganamos confianza y contacto. Comenzamos a forjar una relación sentimental. Eso lo produce la llamada “hormona del amor”, la oxitocina, una molécula segregada en el hipotálamo cerebral y que se libera sobre todo en los contactos físicos entre personas. ¿A quién no le sienta bien un buen abrazo de, por ejemplo, un amigo?
También está presente en los procesos de parto, en el amamantamiento de un bebé con su madre…por eso es la molécula asociada a la creación de lazos afectivos con otras personas, y tiene su máxima liberación y apogeo justo después del orgasmo, generando esa indescriptible sensación.
Como dato curioso, hay que decir que esos niveles de oxitocina tienen un rápido decaimiento en los hombres después del acto sexual, mientras que decae más paulatinamente en las mujeres, pudiéndose explicar científicamente la apatía masculina después del coito.
Y, ¿sabes de esa sensación de que, en presencia de la persona que quieres, todo está bien? ¿Qué nada importa y las penas quedan atrás? Pues eso lo producen las endorfinas, unas moléculas que actúan como analgésico y alivian los dolores.
¿Y por qué esas sensaciones no perduran con el tiempo? ¿Qué ocurre con el paso de los años?
Toda esta liberación de hormonas, al principio supone una novedad para el cerebro y los receptores neuronales, nos genera una gran cantidad de estímulos a los que no estamos acostumbrados. Sin embargo, al pasar el tiempo nos acostumbramos a esos niveles, y la misma cantidad ya no basta para generar el mismo efecto, se necesita más.
Lo mismo ocurre con el consumo de drogas, cada vez necesitas consumir más para generar el mismo efecto. Nos volvemos cada vez mas tolerantes a esas hormonas y sus efectos ya no se manifiestan igual, y así pasamos a otra fase las relaciones, donde estas hormonas y neurotransmisores dejan de ser los protagonistas.
Entonces, si en el amor todas estas moléculas se mantienen a niveles relativamente elevados, ¿otras cantidades provocan otros sentimientos?
Exactamente, la mayoría de las emociones se deben a un equilibrio en las cantidades de estas moléculas en diferente medida: así, concentraciones muy bajas de dopamina se asocian a la ansiedad, y si además la serotonina es muy baja podemos entrar en depresión. Sin embargo, un exceso de dopamina tampoco es bueno ya que se asocia con esquizofrenia.
La noradrenalina y la adrenalina juegan un rol fundamental en la sensación de miedo. Al exponernos a una situación de miedo, nuestro cerebro libera noradrenalina para agudizar la percepción y la capacidad de la memoria de retener ese instante en nuestro cerebro, para así poder analizar bien la situación.
Además, la liberación de adrenalina en las glándulas suprarrenales hace que aumente nuestra tensión arterial, se nos seca la boca por la parada de la digestión, comienza la sudoración para refrigerarnos en caso de huida, o palidecemos debido a que la sangre se encuentra en los músculos motores.
Esa mezcla provoca las conocidas parálisis por miedo, ya que nuestro cuerpo se detiene primero a analizar la situación, y se tensa preparado para la huida, o bien para no ser visto.
En caso extremos, esa rigidez se mantiene demasiado tiempo debido a un colapso total, entrando en estado de shock.
Pedro J Llabrés, doctor en química por la Universitat de Valencia, autor de ‘Huele a Química’
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