Reproducimos el testimonio de una seguidora de La Misterioteka de David Fernández, el caso paranormal de Armindia que sigue nuestra sección en IB Magazine, radio & web, desde México.
Armindia, hija única que vivía con sus padres en una casa de un barrio de México, concretamente en el barrio de Santiago, en Mérida Yucatán. Barrio conocido por ser uno de los barrios más céntricos habitado en su mayoría por vecinos de un alto nivel adquisitivo. Barrio de arquitectura española y casas muy grandes con techos muy altos. Armindia padecía de insomnio desde niña, siempre tuvo problemas para poder conciliar el sueño. Ella se levantaba en las madrugadas en muchísimas ocasiones al no poder dormir. En la cocina había dos puertas, una a cada lado de las paredes y una ventana. La ventana y una de las puertas se cerraban atravesándolas con una madera, concretamente la puerta de la izquierda de la cocina. La madre de Armindia la mando poner porque Armindia de pequeña solía jugar en la cocina para no molestar a los demás familiares que estuviesen durmiendo. A la pequeña Armindia le costaba conciliar el sueño y cuando no conseguía hacerlo, solía ir a la cocina a jugar hasta que se sintiese realmente con ganas de ir a dormir. Pero algo sucedía entonces. Siempre a la misma hora, siempre la misma sensación. Ella se encontraba jugando cuando de repente, Armindia escuchaba que caminaban alrededor del jardín.
Ella en un principio creía que sería don Renán, un vecino. Quería pensar que sería él intentando acceder a su domicilio. pero nada más lejos de la realidad. Los pasos se detenían delante de la misma puerta de la cocina. Pasados unos segundos Armindia observaba como la puerta de la cocina, trabada con un madero para evitar ser abierta, comenzaba a ser manipulada. Tras unos segundos de silencio, volvía a observar cómo alguien intentaba abrir la puerta con la intención de entrar en el inmueble a sabiendas, casi seguro, de que en la casa estaba la familia. Una vez Armindia, cuando oyó que los pasos se aproximaban a la cocina, apagó la luz para observar lo que sucedía. Ella tenía pavor a lo que fuese que intentara acceder a la cocina. Pero, por otro lado, quería averiguar qué era lo que la acechaba por las noches. Se quedó petrificada al ver que el picaporte de la puerta volvía a ser manipulado.
Ella estaba escondida, oculta en la oscuridad. Pasados unos minutos, con muchísima osadía Armindia, se llenó de valor y dió un salto, abrió rápidamente la puerta para sorprender de una vez por todas a quien era que la asustaba todas las noches que ella estaba allí. La sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que detrás de la puerta… no había nadie.
En otra ocasión, estando en el lavabo, mientras se lavaba las manos, delante de ella observó con total claridad e a escasos centímetros de ella, como una cuerda para tender la ropa comenzó a cimbrarse de lado a lado sin que nadie la tocara. Como si alguien le hubiese “atizado” un manotazo o bien para asustarla o bien para llamar la atención y de alguna manera comunicarse diciendo “estoy aquí”.
Todas estos aterradores e impactantes fenómenos reiterativos una y otra vez con el paso de los años, perduraron incluso después de que Armindia contrajese matrimonio. Nuestra protagonista nos cuenta que existía un cuarto en particular, una habitación en especial que estando en ella, en infinidad de ocasiones la temperatura descendía bruscamente hasta casi ser insoportable. Recuerda como en este cuarto cuyo ventanal era el protagonista de una inmensa luminosidad ocasionada por la luz solar, el calor del sol no parecía afectar para nada a los tremendos cambios de temperatura que en ocasiones podían ser de hasta 20 grados de diferencia en cuestión de segundos. Un episodio que Armindia recuerda perfectamente ya siendo adulta, es que el gato que era la mascota de la casa, se quedó mirando fijamente al ventanal. Sin dejar de fijar sus ojos en el inmenso cristal, comenzó a recular encogiéndose y erizando su lomo al mismo tiempo que su pelaje se ponía de punta. En un momento dado, lanzó un enorme maullido dando un brinco y saliendo de la habitación como un rayo. ¿Qué fue lo que vio el gato de la casa? Uno de los días que Armindia recuerda con escalofríos, es cuando un buen día sonó el teléfono. Cuando ella se dirigió a la habitación donde se hallaba el teléfono para responder a la llamada, el auricular del teléfono, ya estaba descolgado y posicionado al lado y aun podía observar el cable del teléfono en movimiento. Lo acababan de descolgar…. Armindnia confiesa que ese lugar le producía y le produce pánico. La peor parte fue en una ocasión en la que, ella se encontraba cerca del porche de la casa y notó un tremendo empujón que hizo que cayera propiciándose un gran golpe que hizo abrirse la ceja en dos partes. Un golpe propiciado con las dos manos en la zona escapular de la espalda y con muchísima fuerza. Cuando se giró para ver quien la había empujado, se le erizó la piel al comprobar que allí no había nadie cuando todavía podía sentir la zona de la espalda donde recibió el empujón. Un nefasto día, el padre de Armindia se despertó a media noche. Despertó a su mujer a gritos diciéndole que se levantara y si conocía al hombre que estaba delante de ellos observándolos. La mujer se lo quedó mirando a los ojos con cara de terror, solo le dijo una cosa: -Raúl, ¿Qué hombre? Ahí no hay nadie… mientras Raúl estaba con la mirada clavada en un punto de la habitación y respondió: -¿es que no lo estás viendo? Está delante de ti.
Pero lo peor de todo es que no hace mucho tiempo que Armindia se despertó alertada por los gritos de su marido. Cuando despertó pudo observar a su marido gritando y advirtiéndole a ella, de que había un hombre observándolos. –Míralo, en la venta. ¿Es que no lo estás viendo? Se va… se va… El marido aseguró que salió por la sala contigua al cuarto y desapareció. Al poco tiempo de estos sucesos, Armindia observó que la hija pequeña, mientras comía, le ofrecía comida a alguien que supuestamente estaba sentado a su lado. Le preguntaron que con quien hablaba dando por hecho que sería el “típico” amigo invisible de los niños pequeños. Pero ella insistía mucho en que había alguien a su lado y además en reiteradas ocasiones a la hora de comer. Incluso teniendo conversaciones con “alguien” que tenían cierto sentido, pero sin escuchar las respuestas del “supuesto” ente sentado al lado de la niña. Optaron por vender esa casa e irse a otra lejos de allí. Pero lo que no sabía ni Armindia ni su marido, es lo que la madre de Armindia les reveló. Les contó que cuando ella y su marido hacía muchos años compraron esa casa sin que tan siquiera hubiese nacido Armindia, al poco de mudarse allí, cada mañana, cuando despertaban aparecían coronas de flores y velas en la puerta de la casa, como si velaran o recordaran a alguien. La madre de Armindia le preguntó a la vecina que si ella sabía quién era quien depositaba esas flores y esas velas en la puerta. Y la vecina le contestó: – ¿es que no sabes lo que sucedió? La madre de Armindia contestó: – ¿saber? ¿saber qué? – El inquilino que vivía aquí, hizo una gran inversión de dinero en un negocio. Negocio en el que fracasó y se quedó totalmente arruinado. Era una persona muy agradable y su hobby era su jardín. Lo cuidaba él cada día. Pero cuando llegó el fatídico día en que se arruinó con esa gran inversión… se ahorcó del gran ventanal de tu casa.
David Fernández, experto en ciencia, evolución y misterio
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